En 1872 Friedrich Wilhelm Nietzsche publica El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música (Die Geburt der Tragödie aus dem Geiste der Musik), más comúnmente conocido como El nacimiento de la tragedia y que se reeditaría en 1886 con el título de El nacimiento de la tragedia, o Helenismo y Pesimismo (Die Geburt der Tragödie, Oder: Griechentum und Pessimismus). Este es un libro que ha resultado ser revolucionario en el ámbito de la filosofía, pero curiosamente se presentó como un ensayo filológico. En él Nietzsche pretendió rastrear los orígenes de la tragedia griega clásica, Sófocles, Esquilo y Eurípides y rastrear su genealogía musical y el espíritu que la animaba. La novedad vino porque si normalmente teníamos una imagen de la tragedia griega clásica como un representante de la cultura elegante, equilibrada, perfectamente racional del griego clásico, Nietzsche encuentra en su origen fuerzas oscuras e irracionales que forman parte de su esencia. Nietzsche describe que la tragedia griega y por ende toda la cultura griega es el equilibrio, especialmente en Esquilo y en Sófocles entre los Apolíneo y lo Dionisíaco. Lo Apolíneo sería la Forma, la Luz, los aspectos racionales, la justicia, el equilibrio, lo Dionisíaco serían los aspectos irracionales, carnales, pasionales. Mientras que el elemento Apolíneo refleja la distancia de la naturaleza, la imposición de límites y forma a las cosas, lo dionisíaco refleja la incontrolable demanda de actividad de la vida, la marcha ciega de la propia existencia y el sentimiento de vivir. Mientras que lo Apolíneo encuentra su mejor realización en la escultura y la realización de la forma en un objeto separado y estático, lo dionisíaco encuentra su mejor realización en la danza y la música y su demanda de dejarse llevar por el cuerpo y las pasiones. Eurípides inclinaría la balanza en la tragedia clásica hacia lo Apolíneo, premiándolo sobre lo dionisíaco y Socrates sería el triunfo en el elemento griego de lo Apolíneo, de la pretensión de racionalización, de ilustración, de dar forma a las cosas. Nietzsche vio en el romanticismo, especialmente en Wagner, un resurgir del elemento dionisíaco y de la música como liberación del espíritu vital. En fin, todo esto resultó bastante poco filológico a Nietzsche le costó un disgusto con sus colegas filólogos. Fue especialmente sangrante la crítica de una eminencia de la época (y de todos los tiempos de la Filología: Ulrich von Wilamowitz-Moellendorf –Miguel nos ha hablado algún día de este tema en algún post). Pero lo interesante es que nos da unas claves muy útiles para analizar una cultura y ver si la tendencia es más hacia lo Apolíneo (una cultura ilustrada o tecnológica) o hacia lo dionisíaco (una cultura vitalista). Pienso que estamos –y de ahí lo de mi post de la semana pasada- en una época donde individualmente se privilegia los elementos dionísiacos: la diferencia, lo heterogéneo, el cambio constante que ofrece la vida misma y su ciega marcha.Vivimos un paradigma cultural donde se premia la participación, la actividad, la acumulación de experiencias continuas, el consumo acelerado de aspectos vitales, en fin una época dionísiaca.
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