Las mujeres han sido una de las grandes protagonistas de la campaña electoral. Aludidas a veces por razones de edad (la niña de Rajoy), de actividad, de discriminación o de maltrato han protagonizado debates, opiniones o propuestas por parte de todos los partidos políticos.
Con frecuencia han sido mencionadas en relación con su papel en el mercado laboral, donde son menos, ocupan todavía posiciones poco relevantes y tienen remuneraciones más reducidas que los hombres.
Con los inmigrantes, han sido un factor básico del crecimiento reciente de la ocupación en España, pero frente a los casi 12 millones de hombres ocupados, ellas sólo suman 8,5 millones.
Hubo quien propuso reducir esta brecha como objetivo inmediato quizás sin advertir que para el logro de tal propósito necesitamos por lo menos 20 años.
Las mujeres jóvenes tienen las mismas tasas de ocupación que los varones. Las diferencias substantivas se localizan en los tramos altos de la pirámide laboral. Y no resulta sencillo que mujeres que no han laborado nunca o que han abandonado la actividad hace tiempo se incorporen o vuelvan “de mayores” al mercado de trabajo. Será necesario que las generaciones actuales de jóvenes activas vayan cumpliendo años para que la equiparación general con los hombres sea posible.
Hay además otro asunto que afecta a las mujeres: su papel decisivo en una (conveniente) recuperación de nuestra maltrecha natalidad. Por ello creo que les estamos pidiendo a la vez dos cosas complicadas: un sobreesfuerzo reproductivo ya que las madres potenciales del futuro son pocas por la caída previa de la fecundidad y una mayor presencia en un mercado de trabajo que va a estar falto de brazos.
Cualquiera de esos dos términos resulta encomiable, pero no va a ser fácil obtener buenos resultados en ambos si no establecemos una política suficiente de conciliación de vida laboral y familiar y además no dotamos de instrumentos eficaces a una imprescindible política de ayuda familiar. Sólo así la niña de Rajoy llegará a ser madre trabajadora.
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