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La viga en el ojo de los españoles: ¿garcilasear o castillejear?

Written on February 20, 2008 by Administrador de IE Blogs in Arts & Cultures & Societies

                                            Miguel Herrero de Jáuregui

Garcilaso_2 La coincidencia de las primarias americanas y las generales españolas e italianas permite comparar campañas y elecciones y llegar a conclusiones curiosas sobre la retórica y la democracia en cada país. A eso iba a dedicar mi post, cuando casi por casualidad abrí un paréntesis para comentar el regocijo con que los medios españoles de todas las tendencias se jactan de la superioridad nacional respecto a Italia. Pero el tema da tanto de sí que el paréntesis se ha convertido en excurso, ha seguido creciendo, y al final he decidido hablar de la retórica el próximo martes, y hoy dedicar el post entero a la tendencia española de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo. Especialmente cuando se trata de Italia, que parece que, al ser país de parecida dimensión al nuestro, excita de modo especial las ínfulas nacionales.

La patología debe venir de atrás: pero como no sé si Viriato menospreciaba a los romanos, o si los visigodos se creían mejores que los ostrogodos, empiezo en épocas más trilladas. Uno de los más grandes españoles de todos los tiempos fue Garcilaso de la Vega, que introdujo en la lengua castellana el soneto y la lira, las elegantes estrofas creadas por los poetas italianos. O mejor dicho, adaptó la lengua a los ritmos del verso hasta lograr endecasílabos perfectamente naturales (años antes, el Marqués de Santillana había compuesto unos meritorios Sonetos fechos al itálico modo que sonaban como una letra de Alaska ahormada en un canto gregoriano). Lo mejor de nuestra poesía se debe a la hazaña literaria de Garcilaso. Pero cómo no, los defensores de las esencias lo tacharon de traidor a las octosilábicas tradiciones patrias, y lo acusaron de feminizar la lengua con los blandos italianismos en vez de ceñirse al romance viril y claro. Al final la historia pone a cada cual en su lugar. De Castillejo, que así se llamaba el poeta rival de Garcilaso, poco queda digno de recuerdo. Pero en cambio todos pensamos aquello de Alberti: “Si Garcilaso volviera / yo sería su escudero / ¡Qué buen caballero era!”.

Hoy nos reclamamos herederos de Garcilaso, pero el castillejismo sigue muy vivo en el ADN patrio. Hace pocos meses los medios españoles vibraban de orgullo porque España había superado la renta per capita de Italia por vez primera. Y de ahí deducían que ya éramos más ricos que los vecinos. No importa que la estadística tenga escaso valor porque buena parte de la economía italiana es sumergida. ¡Y qué más da que tengan 20 millones más de habitantes; que su presencia en los mercados internacionales sea muy superior a la española (los EEUU importan siete veces más vino italiano que español, por no hablar del aceite, que muchas empresas italianas compran en España y embotellan para vender como propio); que su industria mecánica y automovilística sea infinitamente superior! ¡Qué mas da la realidad, si nos podemos agarrar a la estadística de turno para mostrar al mundo nuestra manifiesta superioridad! El G-7 es un espejismo, no cabe duda. Y los consumidores de todo el mundo, deben ser presa de un engaño pasajero.

Los medios españoles se complacen en la innegable corrupción e histrionismo de la clase política italiana, como si la nuestra gozara de un nivel envidiable (parece que el gran acontecimiento político de ayer en España ha sido un beso de reconciliación). Se habla mucho, también, de la horrorosa inestabilidad del gobierno italiano. Pero no de la capacidad de acierto de los gobiernos provisionales, comparable a la vocación por el error de los estables gobiernos españoles. Valga un ejemplo claro. En la Guerra de Irak, la derecha gobernaba Italia y España, y una y otra apoyaron la invasión. Después, en ambos países, ganó la izquierda y retiró las tropas. Pero compárese el estruendo y fanfarria (más de micrófonos que de trompetas o tambores), del apoyo español a la invasión, y la igualmente estruendosa retirada por sorpresa y sin cumplir los plazos, con la cauta discreción con la que los italianos apoyaron primero y se retiraron después. Resultado: la presencia militar y política de Italia en las misiones internacionales en que participa con España (ex-Yugoslavia, Líbano, Afganistán) es superior en cantidad, importancia, y jerarquía. Y es que el sentido de la proporción, ese que usaba Garcilaso en sus sonetos, es una categoría estética que resulta muy útil en la práctica.

Pero fuera ya de la economía y la política (y del fútbol: muy española, también, es la crítica al juego de los que ya han sido ya cuatro veces campeones del mundo), ¿no les suena oír en todos los ámbitos eso de “en España se vive mejor que en ningún sitio”? Me recuerda a esa otra frase tan manida de “la nación más antigua de Europa”: piensa uno en Francia, o Hungría, o Suecia, con mucho más de cinco siglos de historia, y no acaba de entender el cálculo. Pues la superioridad de la calidad de vida española es igualmente discutible. No hablemos ya de la comida (¿es que en España no crecen los funghi porcini?), ni de la estética en el vestir, que al fin y al cabo son gustos subjetivos. Pensemos simplemente en la capacidad italiana de tener cada pueblo como una taza de plata, tras desarrollar las técnicas de restauración arquitectónica más perfectas del mundo, y comparémoslo con lo que se ve en los pueblos castellanos y la costa mediterránea. No sólo el mal gusto de los particulares: en España el ente público ha asido el primer agente destructor de la estética urbana y paisajística. Pensemos en una típica plaza española: Iglesia románica, palacio renacentista, convento barroco y ¡ay! la Caja de Ahorros y el Cuartel de la Guardia Civil hace unas décadas, y ahora la “Casa de la Cultura” en el cuarto ángulo de la plaza, destrozando todo el efecto urbanístico: “es que había unas casas viejas, ya muy arruinadas, llenas de humedades, y la diputación, o el obispado, lo vendieron y lo tiraron…”. En Italia estos casos se cuentan con los dedos, en España con calculadora.

“Castilla miserable / ayer dominadora / que envuelta en sus harapos / desprecia cuanto ignora”. Parece que Machado vuelve a tener razón ahora que nos hemos vuelto nuevos ricos. Cumpliría castillejear menos y garcilasear más. Ahora que está tan de moda el análisis económico, probablemente al final “sale rentable”.

Vaya, veo que me ha salido un post muy indignado. Si es que no se puede escribir después de leer el periódico. Como no me gusta ser condenatorio, para acabar me incluyo en el defecto colectivo: hace ya bastante tiempo una prima mía se casó con un italiano. Fuimos los primos a la boda, rondando todos los 16 años, pensando que seríamos los reyes de la fiesta y seduciríamos a todas las invitadas con nuestros ademanes toreros. Por supuesto, los amigos del novio eran más mayores, más altos, más guapos, gritaban más alto, bailaban mejor, y arrasaron. Me recuerdo con el codo en la barra, murmurando con otro primo que se hundía en su gintonic, haciendo comentarios despectivos sobre la falta de hombría de los italianos, mientras de reojo les veíamos triunfar. No podía suponer que en aquel momento éramos los depositarios del Volksgeist patrio.

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