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Jan

Series de Abogados

Written on January 16, 2008 by Julián Montaño in Arts & Cultures & Societies

Julián Montaño

Argumentum_9_2

Las series de abogados están de moda, que si Fiscal Chase, que si Shark, Boston Legal, etc. Están series tienen tres cosas en común:

a) Son series de abogados (hasta aquí habéis seguido mi razonamiento).
b) La gente se hace unos nudos de corbata horripilantes (el Four In Hand americano, que estropea cualquier corbata aunque sea de Charvet)
c) Los fiscales y abogados tienen una capacidad de argumentación envidiable.

La educación para la argumentación: el arte de la Lógica (se le llamaba así antes: Ars, y era parte esencial de los estudios universitarios hasta el XIX) y la educación para la argumentación en público: el arte de la Retórica están de capa caída, especialmente en la Europa continental -se ha perdido menos sin embargo en la enseñanza anglosajona, especialmente la norteamericana. Gran parte de la culpa la tiene Napoleón (Hegel tuvo un mal día cuando lo denominó “la razón a caballo”) y el segundo racionalismo francés que con el sistema de Liceo (Arantza de Areilza me va a matar) inventó el famoso estrado en el aula (el profesor ex alto dicta el contenido) y la clase magistral como codificación de contenidos y que hizo que el antiguo sistema de educación universitaria basado en la discusión de un caso o de una proposición concreta entre Catedrático, Master (el Magister) y alumnos se fuera a pique.

Si la educación en Lógica y Retórica fuera algo común no habría confusión, por ejemplo, entre “falso” y “falaz”, como hace poco confundía un señor en las Cortes. “Falso” es aquello que no es verdadero. “Julián cena los jueves con Giselle Bundchen en el Urban”, esto es una falsedad (aunque no me importaría que alguien me refutase). NO existe tal cosa como el hecho que describe esa proposición. Ahora bien “Puesto que Julián es un tipo de lo más recomendable y Giselle Bundchen una chica que le gusta la buena compañía, Julián y Giselle cenan en el Urban” esto no es falso, es falaz, es una falacia. La falacia es un error en el proceso de razonamiento, mientras que la falsedad es un error en el hecho. La falacia es un argumento mal hecho y es independiente de si los componentes del razonamiento (se llaman Premisas) son verdaderos o no. En este caso “Julián es un tipo recomendable” y “Giselle gusta de la buena compañía” son premisas verdaderas (bueno, la primera, admitídmela, por mor de este post, por favor) PERO la conclusión NO lo es. De esas dos premisas NO SE SIGUE que cenemos los jueves en el Urban.

Hay muchos tipos de falacias (materiales, formales, de dicción, extra dicción, etc.) pero he aquí las más pintorescas y que pertenecen a la clase de Ignoratio Elenchi, lo que en español podría traducirse por “salirse por la tangente” y en inglés estar “beside the point”.

Argumentum ad hominem. Es la más famosa. En filosofía se considera casi un pecado mortal (jamás se argumenta ad Hominem). Viene a ser de la siguiente forma. “Tú me dices que debo pagar mis impuestos porque es el deber de un ciudadano, sin embargo tú no pagas impuestos, por tanto no hay que pagar impuestos”. La verdad de la proposición “debes pagar impuestos porque es deber de un ciudadano” no depende de que el tipo que nos lo dice los pague o no, por tanto el argumento es falaz. Es un mal argumento. Hay argumentos parecidos al Argumentum ad hominem que sin embargo son admisibles (podemos hablar en otro post sobre eso).

Argumentum ad populum. Pese al nombre es el menos popular. Consiste en establecer la verdad de una conclusión basándose en que una de las premisas es aceptada por mucha gente. “Todo el mundo piensa que él le engaño a ella, no me vengas con historias, está claro” es un típico ejemplo, otro podría ser la apelación a una estadística como argumento concluyente.

Argumentum ad misericordiam. No tiene desperdicio. Consiste en establecer la verdad de una conclusión después de un razonamiento complejo debido a que quien sostiene una de las premisas nos cae simpático o es digno de consideración. “Leovigildo dice que no mató a Ataúlfo. Leovigildo es un gran benefactor de nuestra ciudad, un donante de sangre y un padre ejemplar. Leovigildo no ha podido matar a Ataúlfo”. Sobran comentarios a este argumento. Aunque es tradicional en los manuales clásicos de Lógica y Retórica presentar el caso extremo (que hay que tener cara dura para presentarlo): “La fiscalía en su impiedad acusa a este pobre huérfano de haber asesinado a sus padres, ¿quién ha visto mayor ensañamiento con un pobre huérfano sin padre ni madre en este mundo cruel?”

Hay más argumentos Ad baculum, Ad ignorantiam, Ad verecundiam, etc. Prometo un segundo post al respecto.

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