Continúo mi serie de posts sobre Series de Abogados. Aunque esta vez podemos acudir a las películas. No hay un tribunal que más le chifle a uno que el de El Padrino II. Michael Corleone ha sido acusado de ser jefe de la Mafia y un tribunal, bajo la forma de una comisión del Senado, tiene que aclararlo. Alguien relacionado con la familia va a cantar y los Corleone traen de Sicília al hermano de éste (un día de estos hay que pedirle a Miguel que nos escriba sobre las peculiares relaciones familiares en Italia) que sigue fiel al silencio y discreción propios de las Familias. El que va a cantar digamos que se pone inquieto y termina negándolo todo. Bien, esto es un proceso parecido a las argumentaciones falaces, por ejemplo la Argumentatio ad baculum.
Argumentum ad baculum. “Allí donde falla una bendición más vale un buen palo” decía un santo muy español que se llama Santo Domingo de Guzmán (le dio palos a cientos a los albigenses franceses) y puede ser una forma de resumir esta falacia, que por lo demás es muy española. "Baculum" stands for “palo”, “bastón” o “bastonazo”, “golpe inaudito con un bate de béisbol”. Hay una forma no sutil y otra que es sutil. Digamos que la más usada es la sutil. La nada sutil sería de la forma: “Yo de ti terminaba diciendo que mi libro sobre Orfismo y Cristianismo Primitivo es lo mejor que has leído sobre el tema, de otra manera puedes admitir que mi gancho izquierda es el golpe más rotundo que has sentido en tu vida” (no sabéis a lo que se llega para defender el libro de uno). El temor a las consecuencias de admitir una proposición nos lleva a admitir la proposición contraria. Fijémonos en la forma sutil, que está claro que se usa cotidianamente: “¿Pero cómo puedes decir que estamos en recesión, eso nos llevaría a replantearnos la fiabilidad de todos los informes que hemos dado en los últimos tres meses?” o “Pues claro que hay que ilegalizar tal organización, si no toda la política que hicimos al respecto está equivocada”. Esto no significa que no haya que temer o no haya que tener en cuenta las consecuencias de una posición adoptada, sino que la posición adoptada debe basarse en la verdad de sus proposiciones básicas, y no exclusivamente en las consecuencias a las que lleva o a los compromisos que se contraen.
Argumentum ad ignorantiam. “Pero vamos a ver ¿ha demostrado
alguien que a Kennedy lo mató la CIA?, pues no, entonces está claro que
a Kennedy no lo mató la CIA”, “Yo, la verdad, señoras y señores, no veo
signos fuertes de recesión en España, España no está en recesión”. O
sea que como no hay pruebas de que algo es X, o que desconocemos las
pruebas a favor, o que alguien no ha probado que algo es X, entonces es
verdad que ese algo no es X. Es una falacia como la copa de un pino,
pero es muy habitual. Esto no significa que uno no pueda suspender el
juicio (o, en otro sentido de juicio, que uno salga indemne en un
tribunal) por falta de pruebas. Lo que significa es que la VERDAD de
algo no se puede establecer de esta manera.
Argumentum ad verecundiam. Cuando pusieron las esquelas en
los paquetes de tabaco “Fumar causa impotencia” y todo eso, un listo
(un emprendedor, que estamos en el IE) empezó a distribuir esquelas
alternativas que uno podía encontrar en internet: “Fumar adelgaza”,
“Sí, fumo, y ¿qué?”. Había una que era la monda: “Rajoy fuma”. Este
sería el típico argumentum ad verecundiam. Consiste en apelar a
la fama o al prestigio de alguien para sostener la verdad de la
proposición que enuncia este sujeto. “La actriz Arcángelica Folly dice
que los niños del tercer mundo pasan hambre porque los niños del primer
mundo tienen playstations”, créanselo, lo he visto en los titulares de
una revista (el nombre de la susodicha actriz después de exponer tal
argumento no merece ser citado en un blog de gente cultivada, así que
es una parodia). La proposición es mala y falsa, aún así el hecho de
haberla pronunciado una actriz famosa y comprometida le da el prestigio
y la fuerza que tiene la verdad. Cuando el referéndum para la
constitución europea, en la campaña de publicidad organizada, una serie
de personajes famosos nos aconsejaban tomar determinada posición. Eso
es un argumentum ad verecundiam. No digamos ya Los del Río
(estos son simpáticos, así que los citamos) que se declaraban a favor
de la Constitución Europea y además lo argumentaban así: “…ellos saben
más de estas cosas que nosotros, digo yo, claro, y habrá que ponerse de
acuerdo con la mayoría y con los que sepan más, con los que hayan
leído”. Un doble argumento ad verecundiam: me lo creo porque lo
dicen Los del Río, que se lo creen a su vez porque se lo dice gente
“que ha leído”. Aristóteles, Leibniz, Bertrand Russell, orate pro nobis.
Esto último no tiene nada que ver con un argumento perfectamente admisible: argumentum ad auctoritatem.
La autoridad de alguien EN UNA MATERIA y que sostiene una proposición
SOBRE ESA MATERIA, es condición suficiente (aunque no necesaria) para
la verdad de la misma, o al menos para plantearnos su verdad. Si
Santiago Íñiguez viene y me dice que “Baltasar Gracián es uno de los
humanistas que más están influyendo en el concepto empresarial de
liderazgo”, aunque no estoy al día sobre cuestiones de liderazgo
empresarial, tiendo a pensar que es así (es lo más sensato), porque
Santiago es experto en el fascinante mundo del intercambio de conceptos
entre el mundo humanista y el mundo empresarial. Este tipo de argumento
tiene que ver con una epistemología (una idea del conocimiento) donde
el fiarse de los demás es esencial (ver mi post Fundacionalismo y epistemología del testimonio: ¿una epistemología más liberal?).
Por eso estuvo muy desprestigiado en los Tiempos Modernos y ahora
vuelve a estar de moda (los antiguos y los medievales lo usaban con
cierta frecuencia).
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