De nuestros hogares sus niños a colgar. Déjenme que me explique esta paráfrasis del verso de Bécquer.
Entre los años 1957 y 1977 fuimos en España un verdadero “baby boom”. Nacieron por entonces alrededor de 640.000 niños anuales que dieron un volumen total para el periodo de 14 millones de nuevos habitantes. Esas generaciones que suponen casi un tercio de la población han obtenido un decisivo protagonismo en la evolución reciente de nuestra sociedad. Inundaron las aulas escolares y universitarias evidenciando las carencias del sistema educativo. Desembarcaron en un mercado laboral que no estaba preparado para acogerlos, y llegarán a la jubilación desde la segunda década del siglo XXI poniendo seriamente a prueba nuestro sistema de pensiones.
Después de la abundancia vino la penuria. Los nacimientos que en 1976 fueron 677.000 cayeron a 365.000 en 1998. por entonces llegamos a tener una de las tasas de fecundidad más bajas del mundo (1´2 hijos por mujer) muy lejos del umbral necesario para renovar las generaciones y de repente, en este escenario de escasez, la natalidad ha reinvertido la tendencia. Desde 1998 a 2006 los alumbramientos crecieron en 116.000 niños de lo que más e la mitad han tenido madre extranjera.
Sólo en el 2006 hubo casi 80.000 nacimientos de madre foránea (16´4%). Las cigüeñas que los han traído ha este mundo ya no son sólo blancas. Las hay cobrizas, negras, amarillas y de colores intermedios que enriquecen cada día más el mosaico étnico de nuestras natalidad. Pero, una vez, la recuperación, por bienvenida que sea, solo va a permitir aliviar nuestra indigencia reproductora. Nunca vamos a ser lo que fuimos, pero deberíamos aspirar a mejorar un poco más. La inmigración va a ayudar, porque en los últimos años se han incorporado muchas mujeres extranjeras, pero las madres españolas no van a ir a la “recherche du temps perdu”, si no tienen los alicientes laborales y financieros necesarios. Y no me refiero al cheque bebé que en este contexto desempeña sólo una ayuda simbólica.
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