En torno al 37 a. C Virgilio escribió un poema para celebrar el nacimiento de un niño que había de heredar el imperio de Augusto, y con el que el orbe volvería a la Edad de Oro. El niño murió joven sin gloria ninguna, y aún hoy se discute quién era, pero el poema había de tener el destino exactamente opuesto. Porque las imágenes con que describe la Nueva Era tienen parecidos muy sorprendentes con algunas profecías bíblicas mesiánicas muy citadas estos días, como Isaías, 11, 6: “Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito; el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, juntos acostarán sus crías; el león, como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano”.
La tradición cristiana pronto incorporó la Bucólica IV como fruto de la inspiración divina en el gran poeta latino. ¿Hay algún otro modo de explicar las semejanzas, o hay que elegir entre la casualidad y la providencia? Para alivio de quienes no gustan de acudir a ninguna de las dos, lo hay. Existe una buena posibilidad de que Virgilio se inspirara en los Oráculos Sibilinos que anunciaban una Edad de Oro. Y sabemos que muchos de estos poemas eran composiciones de apologistas judíos de Alejandría, que bajo el nombre prestigioso de la Sibila, introducían ideas bíblicas en formas poéticas griegas. Las semejanzas con Isaías se podrían explicar porque Virgilio conociera algunos de estos oráculos. Cada verso merece páginas de comentario. Pero ahora, basta de pedanterías filológicas, y oigamos al poeta:
Musas de Sicilia, cantemos algo más grande.
No a todos gustan los vergeles y los humildes tamarindos.
Si cantamos las selvas, que sean selvas dignas de un cónsul.
Ya ha llegado la última edad que anunció la profecía de Cumas.
La gran hilera de los siglos empieza de nuevo.
Ya vuelve también la virgen, el reino de Saturno vuelve.
Ya se envía una nueva raza del alto cielo.
Tú, a ese niño que nace, con quien acabará la raza de hierro
y surgirá la de oro en todo el mundo,
ampáralo, casta Lucina: ya reina tu Apolo.
Justo en tu consulado, Polión, llegará
tal gloria del tiempo y empezarán a marchar los grandes meses.
Bajo tu guía, si alguna huella de nuestro pasado queda,
se borrará, librando a las tierras de su miedo eterno.
Él recibirá la vida de los dioses, a los que verá
mezclados con los héroes, y será a su vez por ellos contemplado;
y regirá el orbe pacificado por las virtudes de su padre.
Y a ti, niño, te ofrecerá sus primicias la tierra sin que nadie la cultive,
hierbas que trepan por doquier y nardos,
colocasias mezcladas con el risueño acanto.
Por sí mismas llevarán las cabras al redil llenas de leche
sus ubres, y no temerán los ganados a los grandes leones.
De tu misma cuna brotarán suaves flores;
Morirá la serpiente y las traidora hierba venenosa
morirá; en todas partes brotará el amomo asirio.
Y así que leas las alabanzas de los héroes y lo que hizo tu padre,
y puedas conocer qué es la virtud,
poco a poco se teñirá de rubio el campo con la suave espiga,
uvas rojas colgarán de zarzas sin cultivar
y las duras encinas destilarán rocío de miel.
Pero aún subsistirán unas pocas huellas del antiguo delito,
que manden tentar a Tetis con los barcos, amurallar
ciudades, hender surcos en la tierra.
Habrá entonces otro Tifis y otra Argos
que transporte a los héroes elegidos; habrá también otras guerras
y otra vez se enviará a Troya un gran Aquiles.
Luego, cuando ya la edad firme te haga un hombre,
el propio viajero renunciará al mar, y el pino naval
no cambiará mercancías: toda tierra dará todas las cosas.
El suelo no sufrirá a los rastrillos, ni la viña la hoz.
Entonces el fuerte labrador desuncirá también los toros del yugo.
La lana no aprenderá a fingir colores varios,
sino que en los prados el propio carnero en suave púrpura roja
o en rubio azafrán cambiará su lana;
el rojo teñirá por sí mismo a los corderos que pastan.
«Aprisa, hilad tales siglos», dijeron a sus husos
las Parcas, acordes con la voluntad inmutable de los hados.
Entra en los grandes honores, pues ya llega el tiempo,
vástago querido de los dioses, gran progenie de Júpiter.
Mira el mundo que se inclina con el peso de su bóveda,
y las tierras, los trechos del mar, el cielo profundo;
¡mira cómo todo se alegra con el siglo que ha de venir!
¡Ojalá me reste para entonces la última parte de una vida larga
y bastante aliento para contar tus hazañas!
No ha de vencerme a cantar ni Orfeo de Tracia,
ni Lino, aunque al uno le asista la madre, y al otro el padre:
a Orfeo, Calíope; a Lino, el hermoso Apolo.
Incluso Pan, si compitiere conmigo, con Arcadia de juez,
incluso Pan diría que ha sido vencido, con Arcadia de juez.
Empieza, pequeño niño, a conocer a tu madre por su sonrisa,
a tu madre a quien diez meses trajeron largos dolores.
Empieza, pequeño niño: a quien no ha sonreído su madre,
no es digno de la mesa de un dios ni del lecho de una diosa.
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