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Oct

Coriolano

Written on October 16, 2007 by Administrador de IE Blogs in Literature

Coriolano_3Miguel Herrero

Su historia es conocida, de fuerza, de odio, de traición y de amor. En los primeros tiempos de la República, cuando Roma luchaba por la supremacía del Lacio, Cayo Marcio destacaba entre todos por carácter y valor. Llevó a los romanos a la victoria en incontables batallas, y la conquista de Coriolos le dio un nombre que aún resuena. Pero pronto perdió en el fango de la política lo ganado en la arena de la guerra. Acérrimo patricio, enfrentado a la plebe, arrogante y colérico, el mismo ardor que derrotaba ejércitos le ganaba a diario enemigos entre el pueblo y el Senado. Como tantos guerreros en tiempos de paz, su suerte estaba echada. El partido plebeyo lo acusó de cargos calumniosos, se defendió con soberbia e improperios, y fue condenado al exilio. Y en esa hora amarga, dejando atrás los llantos de los suyos, la injusticia le hizo volverse contra la patria que lo expulsaba, y se puso al servicio de los viejos rivales de Roma, los volscos, que acogieron a su antiguo enemigo con todos los honores. Al mando de los volscos, saqueó los campos y derrotó a los ejércitos romanos, que huían con sólo reconocer a su antiguo y temido general. Y al fin, acampó delante de la ciudad para tomarla.

Entonces el Senado envió a su tienda a embajadores, sacerdotes, patricios y antiguos amigos, para que le convencieran de deponer su cólera, con súplicas, halagos y promesas. Pero Coriolano les despidió airado, porque en su corazón sólo ardía la venganza. Y cuando el terror ya reinaba en la ciudad por la invasión inminente, entonces salieron a suplicarle las mujeres, conducidas por su madre Volumnia. Al reconocerlas, Coriolano enmudeció, y su madre habló: “sábelo: no podrás invadir tu patria sin antes pisar el cuerpo que te parió”. Tras un silencio eterno, su hijo, conmovido, respondió: “¡qué me has hecho, madre mía! tuya es la victoria, y tu victoria es la salvación de mi patria, pero es también mi muerte. Pues me retiro vencido, pero sólo por ti”. Y mandó retirarse a las tropas. Y como preveía, pocos días después fue muerto a manos de los volscos, despechados por la frustrada esperanza de acabar con Roma.

La leyenda de Coriolano ha sido contada muchas veces desde antiguo hasta este blog. Georges Dumézil estudió en Mito y Epopeya su origen indoeuropeo –pues los romanos trasponen a su historia nacional de hombres heroicos los mitos que los griegos y los indios atribuyen a sus dioses–. Pero nunca se cuenta igual dos veces una historia, y el mismo personaje se pinta distinto en cada cuadro. La tragedia de Coriolano vuela de siglo en siglo y de arte en arte. Tito Livio quiso mostrar que a Roma sólo un romano la podía derrotar; Plutarco en sus Vidas Paralelas lo emparejó con el griego Alcibíades, otro gran genio de creación y destrucción; Shakespeare le dedicó la última y más política de sus tragedias, que llevó a la perfección de la escena Sir Laurence Olivier, más romano que César; Beethoven compuso una obertura en su honor, en la que resuenan los momentos alternos de su vida cambiante y siempre arrebatada; y yo, que, modestamente, me pongo el último de la lista, di su nombre a mi gato Coriolano, cuyo temperamento de tigre temen visitas y veterinarios, y que sólo una mujer logra amansar.

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